Por Pepa Corbacho y Manuel García.
Según la tradición, El Jardín de las Delicias del Bosco estuvo en los aposentos de Felipe II durante los últimos días de su vida. Numerosas fuentes dan por hecho que el monarca, profundo admirador del pintor, hizo que colocasen el tríptico frente al lecho en el que estaba postrado para facilitarle el trance místico de sus horas postreras. Ello pondría el acento en el carácter piadoso y religioso del cuadro, que a ojos del rey y de todos aquellos quienes contemplasen la obra, debía de ser indiscutible. Ese carácter piadoso que se le otorga al cuadro es el que podemos desmontar y ver El Jardín de otra manera, apoyados por la investigación y nuestra propia interpretación.
A veces, la investigación sobre el terreno de hechos validados a lo largo del tiempo, regala hallazgos sorprendentes. Como el que nos encontramos cuando, durante el proceso de documentación de la Guía de Aves del Jardín de las Delicias, indagábamos los pasos del cuadro a lo largo de los siglos. Hace unos meses visitando los aposentos del Escorial en los que el Habsburgo aficionado al Bosco pasó sus últimos momentos, nos percatamos de algo que, a pesar de ser sorprendentemente obvio, parecía haber pasado desapercibido a demasiada gente durante mucho tiempo. No eran necesarios sesudos estudios científicos para llegar a la conclusión de que el Jardín de las Delicias del Bosco no pudo estar desplegado en aquella pequeña estancia, sencillamente porque… no hubiese cabido. En efecto, la pequeña habitación donde el rey falleció no posee en ninguna de sus paredes espacio suficiente para albergar un cuadro de 389 x 220 cms (ni siquiera cerrado, con 195 x 220 cms). Consultando los planos originales del Escorial, descartamos la posibilidad de que la estancia hubiese sufrido reformas posteriores que hubiesen modificado sus proporciones. Ante esta situación insólita surge la fascinante cuestión acerca del lugar exacto del Escorial en el que estuvo el cuadro desde su llegada a España en el siglo XVI hasta su traslado al Prado, en 1933.


La emocionante búsqueda de pistas nos llevaría a los Libros de Entregas de Felipe II, que actualmente se encuentran en el Archivo General del Palacio Real, en los que José de Sigüenza anotó los registros de cada una de las obras de arte que llegaban desde todas las partes del reino. Y no sólo anotaba su descripción, sino también el lugar del palacio al que cada obra se destinaba. Concretamente, el cuadro que nos ocupa aparece registrado en 1593 como «tabla al olio, con dos puertas, de la bariedad (sic) del mundo, cifrada con diversos disparates de Hierónimo Bosco, que llaman Del Madroño» y anota que fue destinado a la Galería de la Infanta. El jerónimo se refería a la dependencia de Isabel Clara Eugenia, hija del rey que vivió con él en el Escorial hasta la muerte de este.
Páginas Libro de Entregas de Fray José de Sigüenza, valioso inventario donde se registra la entrada y la situación del cuadro del Bosco en el Escorial.
En un principio no podíamos localizar la Galería de la Infanta pues, actualmente, ninguna estancia, aposento, pasillo o corredor es denominado por tal nombre en el Escorial. Pero una vez más los antiguos documentos nos volverían a guiar, en este caso una fotografía en una vieja postal salida a finales del siglo XIX del laboratorio madrileño de los fotógrafos suizos Hauser y Menet. Bajo la fotografía se podía leer Galería de los aposentos de la infanta. Palacio de Felipe II. Sólo quedaba comprobar si tal Galería seguía existiendo tal cual, intentar visitarla y procurar imaginarnos el cuadro del Bosco expuesto en ella (tal y como no pudimos hacer en los aposentos de Felipe II). Tras desobedecer y esquivar a los sufridos vigilantes, incumpliendo las normas del recorrido, localizamos el pasillo que conducía a los aposentos de la hija del rey y que coincidía milimétricamente con la fotografía de la antigua postal. Efectivamente, este pasillo poseía todos los ingredientes para ser el lugar que buscábamos: y al que se refería la entrada de José de Sigüenza, una espaciosa pared donde hubiese cabido sobradamente el tríptico, bien iluminada con luz natural y perteneciente a la red de pasillos privados de la familia real.
La Galería o pasillo de la Infanta, a finales del siglo XIX y en 2018

Todo indica que este discreto y olvidado pasillo, en una época solo transitado por reyes, princesas y personas de mucha confianza – para el servicio y la plebe existían otros pasillos- , es el que albergó durante tres siglos y medio una de las obras pictóricas más emblemáticas de la historia y que hoy es contemplada cada día por miles de asombrados visitantes de todo el mundo.